viernes, 1 de enero de 2010

REFLEXIONES ACERCA DE LA CONGRUENCIA DEL EDUCADOR. Por Héctor Alberto Aguirre Palavicini.

Bienaventurados los hombres loables cuyos pasos dejan huellas perpetuas en nuestros senderos. (En honor del arquitecto Rubén Barcelata Monterrey, catedrático de la UAG Campus Tabasco, que fue requerido por Dios para pintarnos un cielo de alegría)
La coherencia conductual de los alumnos representa la prueba más fidedigna de la honestidad o deshonestidad de nuestra labor catedrática. El siguiente documento es un análisis, personal, del impacto moral y social que han provocado en mí, como individuo, los profesores que han formado parte de mi formación académica.
Los albores de la formación conductual del individuo se da, en principio de cuentas, en el seno familiar. El entorno que delinea nuestra percepción de la vida, conformado por nuestro (s) profesor(a/es) primario(s), padre(s) y/o madre(s). En nuestros primeros tropiezos, así como en nuestras primeras palabras pronunciadas, intimamos con ese modelo doméstico que nos va mostrando, de a poco, los desafíos que esperan por nosotros conforme el tiempo transcurra. Afirma Stephen Cobey que, es en el seno familiar, donde las manifestaciones de confianza e integración de las personas moldean al individuo y su actitud para con el futuro.
Y, aunque las enseñanzas y comportamientos de mamá y papá , dentro y fuera de la casa, conforman la base de nuestras primeras convicciones como individuos, también las relaciones ajenas al lazo sanguíneo repercuten en nuestros pensamientos y nuestros actos. Las aulas de clases han alojado a los niños que estuvimos y lo harán con los que vendrán. Estos recintos en los que los infantes permanecen en un promedio de seis a ocho horas cinco días por semana, representan la segunda casa de nuestros niños, de ahí la importancia de que las aulas sean hogares y no meras casas de instrucción.
Ante los ojos de los alumnos, el profesor o profesora asume el rol de “padre o madre”, y he aquí la prioridad de extender y fortalecer el historial moral de los niños y jóvenes. Solo si estamos certeramente convencidos de que cada palabra que emana de nuestro pensamiento va directamente hacía los oídos de nuestros jóvenes, y ante nuestro pleno reconocimiento de que cada movimiento que ejecutamos es observado por sus ojos, aceptaremos que más que un docente representamos una imagen paterna y /o materna para nuestros alumnos.
El que redacta, aún no tiene la fortuna de experimentar la sensación de la paternidad sanguínea, pero si he disfrutado de la dicha que proporcionan los alumnos al expresarse con respeto hacia sus vidas y sus triunfos, por muy minúsculos que estos sean. Por el lado contrario, he sufrido las carencias y penas que embargan a sus destinos. Somos “padres” porque de nosotros depende una respuesta que les auxilie a pensar objetivamente, o nuestro silencio que coarta toda necesidad de reflexionar. Nuestro rol no se adjudica a cuanto demandamos de nuestros alumnos en el aspecto académico, un gran peso de nuestra labor es el cuanto estamos dispuestos a ofrecer con nuestras actitudes.
La disonancia conductual no puede ni debe tener cabida en nuestro ejercicio como educadores, de ser así, toda requisición que esperemos de nuestros alumnos y todo cúmulo de conocimiento que ellos esperen de nosotros se reduciría a un juego de hipocresía y deslealtad. La congruencia entre nuestros pensamientos, y el cómo los hacemos tangibles, representa la llave que nuestros alumnos precisan para abrir la puerta de la confianza, la misma que, en mi rol de dicente, en ocasiones he desistido por abrirla. La diferencia entre desear o desistir de abrir esta puerta lo son los docentes congruentes y honestos y los que se burlan de serlo.
Como seres humanos (perfectibles más no perfectos) tendientes a errar, el asumir las consecuencias favorables o desfavorables de nuestros actos representa ya, para mí, un acto de cabalidad y de civismo (cualidad que se ha ido perdiendo lamentablemente). Pero quien se escuda bajo la premisa de la mentira y la excusa, y peor aún, de la práctica desleal; no es digno de siquiera pretender enseñar. El juez más severo es nuestra conciencia.
Los rasgos de nuestros profesores y el tacto humano que manifestaron y manifiestan para dirigirse a nosotros como alumnos y como personas, nos motivan a confiar y a creer en la belleza de enseñar y aprender; a dirigirnos a ellos con respeto y admiración como profesionistas y como seres humanos, y a adoptar sus puntos favorables y moldearlos a nuestra persona. Está la contraparte, nuestros profesores que tenían y tienen debilidades en la práctica didáctica y de relaciones persona – persona, detractar es muy sencillo y empobrecedor, propongo que identifiquemos esos puntos vulnerables y que, para enriquecer nuestra labor docente nos cuestionemos; ¿tendré yo la misma disposición que ese profesor “barco”? ¿No me habré excedido en el volumen de mi voz al haberles corregido?
Ante lo anterior, el ser auténtico como profesor implica también ser auténtico como ciudadano, perseverar en el mantenimiento de las causas justas y de las buenas acciones no nos excluye de ignorar nuestro compromiso fuera de las instalaciones de trabajo. La sociedad clasifica los actos de la humanidad en dos, correctos e incorrectos, este es el mismo criterio que empleamos como profesores para emitir nuestros juicios al evaluar las actividades del proceso enseñanza-aprendizaje. En un examen escrito un enunciado lo podemos considerar correcto o incorrecto para responder a un cuestionamiento, dependiendo de nuestras expectativas para considerar que el alumno verdaderamente asimiló el contenido de esa asignatura.
Entonces ¿cuáles son las expectativas que nuestros alumnos tienen depositadas en nosotros? Lo plantearé de manera sencilla y, dado que tengo la fortuna de ser docente y dicente, procederé a enlistar mis listas de expectativas, la primera como profesor y la segunda como alumno.
Como profesor lo que espero de mis alumnos es lo siguiente:
1.- Compromiso y alto rendimiento para con mi asignatura.
2.- Respeto para con sus compañeros y para mí.
3.- Puntualidad en asistencia y entrega de tareas.
4.- Adquisición de su autoconfianza para exponer sus dudas y aportar sus opiniones.
Ahora toca l turno a mis expectativas como alumno:
1.- Compromiso, alto rendimiento en la impartición de cátedra.
2.- Respeto a mí y mis compañeros.
3.- Puntualidad.
4.- Justo y coercitivo en sus decisiones y acciones.
5.- Dominio de la asignatura.
6.- Que no olvide que trata con personas.
7.- Que procure todo lo anterior.
Como podemos observar, el alumno espera más aportes favorable del docente, pero esta situación rara vez se da ya sea que, una de las dos partes no esté interesada en averiguarlo directamente. Solo hasta el momento que los monitoreos arrojan resultados acerca de nuestro desempeño, nos detenemos y reflexionamos con respecto a nuestro rendimiento y congruencia. ¿Por qué estoy errando en este aspecto? ¿Qué estoy omitiendo al proporcionar información? iYa verán, ahora si me van a conocer esos muchachos!
La crítica enriquece lo que somos y lo que podemos llegar a ser, si lo vemos favorablemente, sin embargo, si solo nos enfocamos en ella como un ataque a nuestra “integridad” y como preámbulo de represalias, mucho cuidado, estamos ante la primer señal de venganza e injusticia, y no hay manifestación más disidente que el educar sin ser educado; entiéndase pues que como profesores formamos parte de la continua inmadurez /madurez que tantas veces pretendemos inculcar en nuestros jóvenes dicentes. No pretendamos dar un consejo cuando no somos capaces de aceptarlo.
Las omisiones que, a nuestro criterio son insignificantes, son para nuestros alumnos los más mayúsculos y los que determinan la estabilidad de la balanza de nuestra credibilidad. Es por eso que debemos ser muy sinceros en cuan demandantes son nuestras tareas y como se trabajará para lograrlas, esto constituye un factor en pro de la confianza que el alumnado deposite en el profesor.
Cuando las instrucciones están debidamente descritas las labores se efectúan con interés y entusiasmo, eso habla muy bien del docente, puesto que denota su habilidad para comunicarse con los alumnos. La buena comunicación es el arte de hacerte entender ante uno o más individuos; pero no es tan sencillo lograrlo, sobre todo si la confianza por un motivo de falta de buena comunicación influyó para que esta (la confianza) sea casi nula o inexistente.
Mediante la práctica se pones en uso lo que conocemos, así como se reconoce que el ejemplo hace más comprensible cualquier teoría. Solo en la medida en que empalmemos lo que pensamos con la realidad estaremos habilitados para hablar de honestidad. Es primordial ser inquebrantable en nuestras convicciones si pretendemos dirigir y liderar con credibilidad. Si la credibilidad no está arraigada difícilmente se lograrán la motivación en los alumnos y, por consiguiente, la ejecución de las tareas se verá afectada conllevando a un pobre logro de los objetivos.
Seamos el profesor que no tuvimos, ese del que tanto nos quejábamos por su impuntualidad, o por solo hacer vida social en el aula, o porque solo asignaba tareas y no se dignaba a revisarlas, o porque tenía poco o nulo dominio de su asignatura, o el que asumía el rol de capataz y dictador aboliendo la participación del alumnado. Ese profesor el cual, solo recordarlo, me provoca ganas de desistir y tirar la toalla porque nunca obtuve de él unas palabras de aliento, o una felicitación por mis logros.
Asumamos la responsabilidad que implica formar profesionistas responsables, honestos, sabedores de sus habilidades individuales y de sus capacidades para colaborar en un equipo. He aquí el perfil del alumno y profesionista que hemos añorado y queremos llegar a ser. No nos conformemos con ser académicamente hábiles, la indiferencia ante las cuestiones éticas y de civismo son la causa de la insensibilidad por la cual las sociedades modernas enfrentan cada vez más actos de corrupción, competencia desleal, criminalidad, etc.
En nuestras aulas hay mentes brillantes, abiertas a la constante búsqueda de inspiradores del bien común, no colaboremos para que esas mentes prefieran desistir ante la búsqueda y tomar brechas, quizás más cortas, pero también nocivas para la reputación del individuo.
Nuestra reputación se va construyendo segundo tras segundo, mediante nuestros comentarios, el cumplimiento de nuestras promesas, mediante la impartición de justicia en el aula, y fuera de ella también. La reputación se pone a una prueba de alta dificultad cuando y donde no hay miradas a las que pretendamos aleccionar.
Mis padres y sus ideas y valores son parte fundamental de lo que soy, pero sería injusto no darle el mérito correspondiente a cada profesor que, con distintos estilos de impartir cátedra, han contribuido y siguen contribuyendo para afinar mis habilidades técnicas y de trato humano. Así como también, espero sembrar la semilla del civismo en mis alumnos, que tengan capacidad de hacer valer los derechos y obligaciones, de abogar por el débil en medida justa, de marchar con la honestidad como estandarte.


Me da la sensación que a nuestra juventud la fe de creer se le escapa por la sencilla razón de que no tienen modelos creíbles y confiables. Es menester como docentes, alumnos, y como parte de una sociedad, que precisa sanarse de las heridas que unos cuantos han ocasionado en ella, ser congruentes de tiempo completo, esto implica con nuestra familia, con los vecinos, con los compañeros de trabajo, con nuestros alumnos, y primordialmente con nosotros mismos.
No pretendamos tapar el sol con un dedo, los círculos sociales en el que nuestros jóvenes se desenvuelven, muchos de ellos son grupos viciados y corroídos por la inmoralidad y por la tendencia al egoísmo en sus actos. No olvidemos que todos somos responsables de todos, por lo tanto no deleguemos esta responsabilidad a terceros, cuando formamos parte de una sociedad somos actores de sus avances y de sus retrasos.
Como cita la oración del estudiante de Santo Tomás de Aquino, debemos ser acertados para iniciar la tarea y fungir como directores en la búsqueda del progreso con la perfección como fin primordial. Fuimos y seguiremos siendo alumnos, en aulas y ante los retos que la vida nos depara, somos y seguiremos siendo educadores de individuos en aulas y fuera de ellas.
Para educar debemos ser un evangelio tangible, creíble, visible. He tenido el honor de haber conocido a uno, de nombre Rubén Barcelata Monterrey, inspiración latente en muchos docentes de la Universidad Autónoma de Guadalajara, Campus Tabasco. Un hombre y un maestro en toda la extensión de la palabra, de esos que ya no abundan tan fácilmente. Gracias por todo lo enseñado Rubén, hasta siempre maestro.












Bibliografía

Cobey, Stephen (2002). Motivación, la visión de Cobey. Expo Management gestión de negocios, 30-31.
Hunstman, Jon M. (2005). Los ganadores nunca mienten. (pp. 1-6). Wharton School Publishing.
Autor: Héctor Alberto Aguirre Palavicini.
Último grado académico: Licenciatura.
Institución: Universidad Juárez Autónoma de Tabasco.
Actividad actual: Docente de la Universidad Autónoma de Guadalajara Campus Tabasco.
Dirección de correo electrónico: hectoragu79@hotmail.com

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